sábado, 12 de octubre de 2024

Si no nacen niños, que trabajen los jubilados: ante la escasa mano de obra, Japón fomenta el empleo entre los veteranos

• El Gobierno de Japón ha hecho cambios en su sistema para que la gente mayor pueda trabajar sin que su pensión se vea afectada 

• También se fomenta la educación y el aprendizaje entre los trabajadores sénior

Japón se enfrenta a un rápido envejecimiento de la población y a un descenso de la natalidad, lo que lleva a una escasez de mano de obra. Ya hemos visto cómo el país se ha tenido que abrir a los trabajadores extranjeros y sus programas para atraer talento internacional.

Además, está apostando por otra idea: fomentar la empleabilidad entre los veteranos y fomentar que la gente mayor de 60 años se mantenga en el mercado laboral. A través de la legislación y de programas de subvenciones, el gobierno japonés está animando a las empresas a crear mejores condiciones de trabajo para el empleo senior en Japón y también para ayudarles a reciclarse profesionalmente, como recoge el Foro Económico Mundial.

Según un informe de la Federación Empresarial Japonesa, la tasa de empleo de personas de 65 años o más en Japón alcanzó el 25,2% en 2022, notablemente superior a la de otros países, como Estados Unidos (18,6%) y el Reino Unido (10,9%). Las encuestas indican que aproximadamente el 80% de los trabajadores japoneses quieren seguir trabajando después de jubilarse. De hecho, que la gente mayor en Japón esté trabajando en vez de disfrutar de su jubilación tras décadas de esfuerzo ha dado para muchos estudios (la tasa de trabajadores mayores ha ido aumentando con los años).

Hay algo muy particular en Japón: por ley, las pensiones se reducen una vez cumplidos los 60 años, si la combinación de pensión y salario supera una cantidad más alta. Muchas empresas fijan los salarios para garantizar que el pago de las pensiones no se vea afectado, y esto se traduce en un salario más bajo para los mayores, incluso cuando realizan el mismo trabajo. Como consecuencia, la motivación de los trabajadores seniors es baja.

Esfuerzos para que la gente mayor trabaje

Mientras Japón se enfrenta a un rápido descenso de la natalidad, el país ha visto que es necesario realizar esfuerzos para mejorar el entorno laboral de los empleados sénior con experiencia.


Hay iniciativas del gobierno para que la gente mayor quiera seguir activa. Por ejemplo, el gobierno japonés, a través de la Ley Revisada de Estabilización del Empleo de las Personas Mayores y otros programas de subvenciones, quiere ofrecer oportunidades de empleo seguras para los trabajadores hasta los 70 años para que las empresas puedan contar con sus profesionales veteranos sin que estos tengan que sacrificar prestaciones.

Por ejemplo, el fabricante de aire acondicionado Daikin permite a los trabajadores de sectores muy especializados trabajar más allá de los 65 años, y los empleados veteranos siguen activos en primera línea incluso después de los 70 años.Para ello, Daikin permite a los empleados recibir ascensos y aumentos salariales después de los 60 años.

El Ministerio de Sanidad, Trabajo y Bienestar Social ofrece subvenciones a las empresas que conviertan a trabajadores mayores con contrato de duración determinada en empleados fijos.

Mantener a la gente formada

Por otro lado, para el reciclaje profesional, hay ejemplos de empresas muy conocidas. Konica Minolta y Canon tienen programas de formación para empleados de 50 años.

En el año 2022, el primer ministro Fumio Kishida anunció una importante inversión para apoyar los esfuerzos de reciclaje profesional. Esto ha llevado a la ampliación de los programas de subvenciones, especialmente en el sector digital, destinados a mejorar las competencias de la mano de obra.

Además, los gobiernos locales han establecido instalaciones y sistemas que ofrecen oportunidades gratuitas de desarrollo profesional a los mayores. Según el Foro Económico Mundial, las oportunidades de reciclaje profesional mejoran las perspectivas de empleo y contribuyen a una mayor satisfacción laboral entre los empleados de más edad.


Fuente.


domingo, 29 de septiembre de 2024

"Necesito tomarme un descanso de trabajar de lo mío": por qué hay tantos jóvenes hartos ya de sus oficios

Jorge, María, Ana, Paco, Julia, Carolina y Lucía están saturados. Han pensado mucho en dejar los trabajos para los que han estudiado durante años, buscando el equilibrio entre vida personal y laboral. ¿Es la mejor solución?

Jorge, María, Ana, Paco, Julia, Carolina y Lucía son siete jóvenes (los nombres han sido modificados para preservar su anonimato) de entre 24 y 28 años que no están contentos con su curro, a pesar de poder dedicarse a 'lo suyo'. Aunque ellos son los que han contado su historia a este medio, no son, ni mucho menos, los únicos que se sienten así.

El Índice de Oportunidad (Opportunity Index) publicado por LinkedIn en 2020 asegura que a uno de cada cuatro españoles le gustaría cambiar de trabajo. Es más, las cifras que revela el estudio de IONOS sobre las aspiraciones y los temores profesionales de la población española son muy impactantes: el 45% de los jóvenes que tienen entre 20 y 29 años están algo insatisfechos, insatisfechos o completamente insatisfechos con su situación laboral.

En este 45% se encuentra Jorge (28 años, con estudios en Comunicación Audiovisual y especialización en cine), que tras cinco años trabajando como periodista, ha decidido dejarlo: "Ahora estoy desempleado, que no parado, pues no tengo derecho". Y Julia (26 años, estudió Periodismo y Comunicación Audiovisual y un MBA en Marketing y Gestión de Empresas), que también ejerce como periodista, ha pensado en reinventarse "muchísimas veces": "Quiero dedicarme a otra cosa radicalmente diferente, tipo enfermería o farmacia. No descarto nada".

"Me estoy planteando dejar el trabajo y buscar algo de hostelería por el barrio, con otros horarios"

María tiene 26 años, estudió Administración y Dirección de Empresas, Integración Social y un Diplomado en Migraciones Forzadas. Ahora es contable fiscal y también ha pensado en cambiar por completo de sector: "Me estoy planteando dejar el trabajo y buscar algo de hostelería por el barrio, con otros horarios, no me importaría trabajar de noches o reducir mi jornada para cuidar la desmotivación que está acabando conmigo. Quiero estudiar un idioma sin que suponga un drama en mi rutina, quiero disfrutar de mis hobbies, quiero sentir que tengo energía y volver a tener motivaciones. Me gustaría redirigir mi carrera profesional, no quiero volver a una oficina".

Desde que somos pequeños se nos inculca una idea: tienes que estudiar e ir a la universidad, sin valorar cuál es nuestra verdadera vocación. Belén Romero, coach laboral, asegura que, al desconocer cada persona sus preferencias reales, "muchas veces empieza un trabajo pensando que le motiva y, cuando ya está metido dentro, va viendo las responsabilidades que tiene y descubre que no le compensa seguir en ese empleo, ya sea por el horario, las funciones que está realizando... Es entonces cuando entra en crisis".

Idealizar un trabajo mientras estudias para dedicarte a ello es algo que ocurre, según Romero, "hasta que descubres de qué va en realidad". "Nos ha pasado a todos de decir: 'ostras, ¿realmente me quiero dedicar a lo que he estudiado?'. Muchos profesionales acaban alcanzando ese burnout (síndrome de desgaste profesional) por el que deciden dejar sus trabajos cualificados para currar en un supermercado o en una cafetería, asumiendo que así van a llegar, hacer su trabajo y volver a su casa sin arrastrar responsabilidades, sabiendo que el jefe no les va a llamar por la tarde, no les va a mandar ningún correo", explica la coach laboral.

Ana, de 26 años, graduada en Comunicación Audiovisual, ya ha alcanzado ese burnout; pero lo ha experimentado tanto en su sector como en otros: "Ya he trabajado en cosas que 'no son lo mío' y me quema bastante también... Vivir en Madrid y trabajar 8 horas en algo que no es satisfactorio, es mortal (sobre todo por los tiempos de desplazamiento, que aumentan la jornada inevitablemente). También me quemaría bastante haberme gastado bastante dinero en formación que no me va a reportar beneficio, por decirlo de alguna forma. Tampoco sabría muy bien cómo enfocar de nuevo mi carrera".

Cansados, ¿de qué?

Los jóvenes están tan quemados e insatisfechos con sus trabajos, que hay quienes ven en un despido una buena noticia. Esto le ha ocurrido a Paco (26 años), graduado en Periodismo y Comunicación Audiovisual, con un Máster de Documental y Reportaje Periodístico Transmedia: "Con el despido de mi último trabajo sentí alivio. Ya llevaba tiempo pensando que no era viable seguir trabajando en una empresa en la que su filosofía era 'hay que trabajar como si fuésemos a heredar la empresa'. Eso me ha llevado a fantasear con dedicarme a cosas de todo tipo. Desde tener un bar o una panadería en un pueblo o ciudad tranquila, porque lo que más quiero es tranquilidad; hasta meterme a hacer un doctorado y ser docente u opositar".

La culpa de este burnout la tiene, en gran medida, el sistema laboral actual: "Este sistema, a través de la precariedad y las altas exigencias, está provocando que los jóvenes se sientan muy presionados. Muchos empleos ofrecen condiciones inestables, con contratos temporales o sin beneficios, lo que genera inseguridad y estrés. Por otro lado, las empresas piden mucha productividad y pocas compensaciones, y apenas existe equilibrio entre trabajo y vida personal. La cultura del 'hustle', resumida como el 'vivir para trabajar', donde el éxito se mide por la cantidad de trabajo realizado, también obliga a los jóvenes a sacrificar su bienestar, unido a la falta de oportunidades de desarrollo y la competencia extrema", explica el equipo de psicólogos del Hub de Affor Health.

Ante la insatisfacción laboral, según la coach, es importante detectar cuáles son los motivos de esta para poder salir de ella: "Si es a nivel de salarios, si es por la saturación, si no te gustan las funciones que desempeñas, si se debe a que no es tu verdadera vocación...". Los jóvenes entrevistados lo tienen claro y todos ellos coinciden en la precariedad, aunque esto no es lo único.

"En mi caso han sido las condiciones laborales las que han hecho que me desencante de mi trabajo"

Ser un falso autónomo de manual, atado a un horario fijo (y malo). Me gusta lo que hago, con algunos o bastantes 'peros' en la clase de tareas que hago, y que considero secundarios ante las malas condiciones laborales, que me han llevado a odiar mi trabajo y sentirme mal continuamente", confiesa Jorge.

María también está harta de la precariedad, de los sueldos bajos y de los horarios: "Es bastante desmotivador ver que pasas toda la semana trabajando en una oficina, con horarios que no te permiten disfrutar de nada durante la semana, luchando continuamente por tu salud mental y tus cuidados y... ¿A cambio de qué? Un sueldo de 1.400 euros, si tienes suerte, y un alquiler de 800 euros, si tienes suerte... Creo que los jóvenes hoy en día estamos muy atados a condiciones de mierda, teniendo unas carreras profesionales muy buenas y con la frustración de ver que a nuestra edad nuestros padres ya tenían una casa con el espacio suficiente para tener familia o no en ella. Ahora te ves en 30 metros cuadrados (con suerte) a gritos con tu roomie, pareja o mascota porque el espacio es insuficiente y las dificultades económicas... Un cuadro".

En la precariedad insiste también Julia, que por su enorme vocación "estaba convencida de que encontraría algo decente. Soy una privilegiada porque estoy en una empresa con mucho renombre y credibilidad, pero no hay plan de futuro, ni una promoción, ni un ascenso, ni siquiera una recomendación por parte de tus jefes a otras secciones. Es frustrante". Esta imposibilidad de crecimiento dentro de su empresa está quemando a Julia, pero también "el paternalismo y el tremendo ignoro que hay hacia las generaciones más jóvenes, más aún si eres una mujer de 26 años".


¿Un cambio radical es la solución?

Cansados de la precariedad laboral, los siete jóvenes han pensado en algún momento dejar sus puestos de trabajo para los cuales han estado años estudiando y reinventarse: "Lo pienso mucho, de hecho, todas las oposiciones públicas que salen las echo. También me planteo buscar alguna salida como guionista o hacer algo en la tele que sé que se cobra más, aunque no sé muy bien si mejoraría el tema de los horarios, que también me interesa mucho porque para mí es importante tener tiempo disponible para mi propia vida más allá del trabajo, qué locura, ¿verdad?", ironiza Lucía, una periodista de 26 años.

"Estamos viendo que ese mundo que nos vendieron en el que si estudiabas ibas a tener trabajo no existe"

Carolina, a sus 24 años, después de estudiar Comunicación Audiovisual y especializarse en Producción de Cine Internacional, ha decidido dejar el mundo del cine. Tuvo una muy mala experiencia en el que fue su primer trabajo y decidió dejar el sector audiovisual por completo: "Ahora trabajo como recepcionista en un hotel. He dejado lo audiovisual y las redes sociales como un hobby". Ella es muy contundente: "Los jóvenes estamos dándonos el golpe de realidad. Estamos viendo que ese mundo que nos vendieron en el que si estudiabas ibas a tener trabajo no existe".

Algunos, como Carmen, ya han afrontado ese cambio de sector, otros todavía no; pero, ¿sirve de algo? ¿Es la mejor solución ante la insatisfacción laboral?

"Realmente hay que ver esa insatisfacción de dónde proviene y entonces empezar a trabajar desde ahí. Cuando empiezas a trabajar con la persona y a rascar de dónde viene esa insatisfacción, la propia persona se puede dar cuenta de que a lo mejor no es por el hecho de tener más tareas o más responsabilidades, quizás no está alineado con los valores de la empresa o es el jefe quien le está quemando, y hay que hacer un cambio de trabajo por eso, no porque no le guste su trabajo". Eso fue lo que le ocurrió a Paco: "En el último trabajo que tuve me desencantó la cultura de la empresa, que se enfocaba mucho en que cada uno hiciese cosas por su cuenta, pero se traducía en hacer el trabajo de tres personas sin ayuda de nadie. Una cultura de empresa tan rígida hizo que cada vez estuviese más quemado, lo cual me desmotivaba mucho para seguir mejorando. Eso, junto con la comunicación tóxica y estar sobreexplotado, me hizo estancarme (y me llevó al despido)".

El equipo de psicólogos del Hub de Affor Health considera que cambiar de trabajo sí que puede ser una buena opción cuando te sientes desmotivado: "La desmotivación, entre otras cosas, puede afectar a nuestro bienestar psicológico y laboral, afectando a la productividad y rendimiento. Es necesario dedicarle tiempo y esfuerzo a encontrar algo que se alinee con nuestros intereses e inquietudes para poder encontrar una oportunidad laboral que nos motive y que nos haga crecer tanto personal como laboralmente". Este cambio, no tiene por qué ser radical.


"Muchos jóvenes buscan trabajos que no requieran ser los mejores ni les generen una carga mental excesiva"

Dejar los trabajos para los que han estado años estudiando para dedicarse a otra cosa y huir de la carga mental. Esto es lo que buscan muchos jóvenes, asegura el equipo de psicólogos: "Buscan trabajos que no les requieran ser los mejores ni les generen una carga mental excesiva. Esto se puede deber a la presión social, las expectativas altas, el miedo al fracaso, la crisis económica y la precariedad laboral. Muchos de ellos sienten que la educación formal no les asegura el éxito y optan por trabajos más prácticos y menos demandantes. Además, valoran más el equilibrio entre su vida personal y el trabajo, priorizando el autocuidado".

El autocuidado es fundamental para una generación que valora y pone el foco en su salud mental: " Dejaría de lado 'lo mío' si me compensa en calidad de vida", concluye Ana.


Fuente: El Confidencial.

jueves, 26 de septiembre de 2024

Los millennials ya son unos "vejestorios" para las empresas tech

La Generación Z le come la tostada a los profesionales mayores.

Un análisis oficial de la situación en el sector de las empresas tecnológicas en Estados Unidos demuestra que hay discriminación por edad.
Un nuevo estudio apunta a que los millenials ya se enfrentan a la discriminación por edad en el sector tecnológico. Al menos en Estados Unidos.  
"Los jóvenes son más inteligentes", dijo Mark Zuckerberg cuando tenía 22 años (este año ha cumplido 40) y la realidad empresarial parece darle la razón o al menos demostrar que no es la única persona en creer algo así.
Los datos publicados oficialmente en Estados Unidos muestran que la mano de obra tecnológica estadounidense es más joven que la mano de obra en general, y que la edad media de los profesionales del sector va reduciéndose con el paso de los años.
Los trabajadores tecnológicos menores de 25 años son cada vez más comunes, mientras que la proporción de trabajadores mayores de 40 años disminuye.

Crecen las personas muy jóvenes en el sector tech
Concretamente, un nuevo informe de la Comisión para la Igualdad de Oportunidades en el Empleo (Equal Employment Opportunity Commission o EEOC) publicado hace unos días analizó a más de 10 millones de trabajadores empleados en el sector tecnológico (que incluía a trabajadores de todos los sectores empleados en 56 funciones relacionadas con la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas) en 2022 y descubrió que casi el 41% tenían entre 25 y 39 años.
Por su parte, el número de personas menores de 25 años creció alrededor de un 9% cada año entre 2014 y 2022 y representaba el 7% de la mano de obra tecnológica en 2022, más de 20 veces la tasa de crecimiento de los trabajadores jóvenes en todas las industrias.
Según recoge Business Insider de manera sarcástica, "parece que una de las principales cualificaciones para conseguir un empleo en el sector tecnológico es poseer un certificado de nacimiento con fecha posterior a 1990". Y es que, "a los solicitantes de empleo se les evalúa en función de si encajan en la «cultura», y esa cultura suele brindar por la juventud".
Y lo dicen porque destaca que las denuncias por discriminación por edad son más frecuentes en las empresas de los mencionados sectores. Concretamente, las quejas por edad se encuentran en casi el 20% de las denuncias presentadas ante la EEOC, en comparación con el 15% en otros sectores.

Los valores de los profesionales mayores
Los autores del propio estudio afirman que "aunque la discriminación por edad perjudica a los trabajadores de más edad, la falta de diversidad de edad también puede perjudicar a las organizaciones, porque los estudios han demostrado que las plantillas diversas pueden tienen más potencial de mejorar el rendimiento de la empresa".
En el mismo estudio afirman que "se ha descubierto que los trabajadores de más edad tienen un mayor compromiso y son igual o más innovadores en comparación con sus homólogos más jóvenes".
"Sin embargo, si, por ejemplo, los empleadores estereotipan a los empleados de más edad como incapaces de innovar o de mantenerse al día con las nuevas tecnologías, tendencias y habilidades, estos empleados pueden experimentar un trato diferencial a la hora de obtener y mantener un puesto de trabajo".
Con estas palabras, el mencionado organismo público parece posicionarse con los directivos que se quejan de la falta de compromiso de la juventud con sus empresas o que cuestionan su ética laboral.
Los resultados muestran que las denuncias relacionadas con la edad son más frecuentes en el sector de la alta tecnología (19,8% de las denuncias frente al 14,8% en otros sectores). Las investigaciones recogidas por el mencionado organismo sugieren que a menudo se considera que los empleados de más edad no son innovadores o capaces de mantenerse al día con las nuevas tecnologías y habilidades y, por lo tanto, se les trata de forma diferente que a sus compañeros más jóvenes.
La discriminación por edad en el sector de la alta tecnología puede manifestarse de muchas formas, desde negarse a contratar a trabajadores de más edad, menos oportunidades de formación y promoción, o el despido de trabajadores mayores para sustituirlos por trabajadores más jóvenes.


lunes, 9 de septiembre de 2024

Habilidades para conseguir trabajo: ni suaves, ni fuertes, sino transversales

“Y ahora, ¿qué?”. Estas tres palabras representan un triángulo de las Bermudas en el que muchos universitarios que acaban los estudios ven desaparecer la brújula que orientaba su futuro hacia el mercado laboral.
Universidad y empleo han de entenderse unidos en una época en la que los retos del mundo profesional se multiplican de manera acelerada.
Las competencias que los recién titulados pueden aportar al mundo de la empresa tienen una importancia creciente. Por esta razón, en las instituciones universitarias surge el reto de formar a los estudiantes en habilidades para un trabajo y armonizar la oferta universitaria con la demanda de los empleadores.
Pero ¿cómo pasar de una universidad de tradición teórica a una universidad orientada a alcanzar un empleo digno? La primera clave para responder a esta pregunta es abrir la puerta a los expertos en talento para dibujar un mapa de cualificaciones, destrezas, aptitudes o competencias que nos hacen deseables para el mundo profesional.
No hablamos de habilidades duras ni blandas: hablamos de las habilidades con potencial laboral.

Habilidades para un trabajo: competencias transversales
Aunque las habilidades para un trabajo varían en función de la época concreta en la que nos encontremos (en poco tiempo harán falta conocimientos más específicos en materia de inteligencia artificial, por ejemplo, para todas las profesiones) y también según la especialidad profesional que elijamos (un especialista en biomedicina requerirá ciertas destrezas diferentes a las de un experto en ciberseguridad), los expertos en desarrollo de talento afirman que existen unas competencias transversales para todos los perfiles profesionales, independientemente de su formación concreta o del rango que ocupen.
Así, el Informe Adecco sobre el futuro del trabajo en España ya establecía en 2016 las siguientes habilidades para conseguir un trabajo como condición sine qua non en el año 2025, según su grado de importancia:
Las habilidades personales (coincidían el 92,5 % de los encuestados). Las habilidades personales son las que nos permiten relacionarnos con otras personas en función de las distintas situaciones y contextos en los que nos encontramos. Incluyen la comunicación, la empatía o la flexibilidad.
La adecuación cultural (87,5 % de los encuestados). La productividad y competitividad de una compañía mejoran si los conocimientos de los empleados se adecúan a la cultura empresarial, es decir, a la forma “de ser” de una empresa: su manera de actuar en el ambiente laboral, social y económico, sus objetivos y valores empresariales.
Las actitudes (82,5 % de los encuestados). La globalización supone un contacto continuo con culturas y costumbres muy diferentes. El conocimiento de las mismas y saber interrelacionarse son esenciales para poder obtener buenos resultados laborales. Las empresas son conscientes de ello y lo demandarán cada vez más.
Las habilidades técnicas (60,4 % de los encuestados). Las habilidades técnicas involucran el conocimiento de determinados procesos, técnicas o herramientas propias del cargo o área específica en que el trabajador desenvolverá sus tareas. Entre estas habilidades para conseguir un trabajo destacan las habilidades digitales, que cada vez son más importantes en el entorno laboral, independientemente del sector o el puesto a desempeñar
Las actividades extracurriculares y de voluntariado (60 % de los encuestados). Realizar actividades como el voluntariado, prácticas empresariales, haber realizado intercambios o haber estudiado en otro país con las becas Erasmus, por ejemplo, son algunas de las actividades extracurriculares que las organizaciones también tienen en cuenta.
Por otro lado, según datos de la Comisión Europea en el Año Europeo de las Competencias 2023, las pymes de la Unión Europea le dan cada vez más importancia a las siguientes habilidades transversales para conseguir un trabajo:
Habilidades blandas (68 % de las empresas encuestadas).
Habilidades digitales (62 %).
Y habilidades verdes (42 %).
Conocer esta realidad es clave si tenemos en cuenta que, según la misma investigación de la Comisión Europea, el 14 % de los empleos son altamente automatizables (y durante esta década el 32 % de los trabajos van a cambiar de manera notable debido a la IA) y nada menos que una cuarta parte de la fuerza laboral (un 24,5 % de los candidatos) no tiene competencias transversales que ayuden a adaptarse a este panorama cambiante.

Qué habilidades personales podemos trabajar
La Guía Salarial Adecco 2024, especializada por sectores, destaca diez competencias transversales para todo tipo de profesiones:
Mentalidad de crecimiento: los candidatos han de mostrar curiosidad y disposición para asumir riesgos y afrontar desafíos.
Toma de decisiones basadas en datos, con el objetivo de maximizar resultados y optimizar recursos.
Comunicación efectiva: capacidad para expresarse de manera clara, directa y responsable.
Resiliencia: se espera de los profesionales que tengan habilidad para superar obstáculos y manejar la frustración.
Flexibilidad: es una competencia clave, que se refiere a la adaptabilidad para trabajar en entornos cambiantes y poder utilizar nuevas herramientas.
Competencia digital, para poder desenvolverse en entornos digitales.
Alta productividad: un candidato más eficiente en la gestión del tiempo y el trabajo, que al mismo tiempo mantenga su bienestar personal, será más apreciado por los reclutadores.
Compromiso: se requiere de los profesionales responsabilidad para con la empresa, sobre todo en lo que se refiere al teletrabajo.
Aprendizaje autónomo: la capacidad y el interés por adquirir nuevos conocimientos de manera constante se valora cada vez más.
Trabajo en equipo: es imprescindible la colaboración efectiva con colegas, orientada siempre a alcanzar objetivos comunes.

¿Cómo demostramos las habilidades para un trabajo?
Para armonizar lo que necesitan las empresas con la formación que aportan las universidades es necesario conceptualizar de manera unívoca las diferentes competencias, y crear una escala de valoración de cada una de ellas que compartan tanto la comunidad educativa como el sector empresarial.
Se trata, en definitiva, de que el mundo académico y el profesional hablen el mismo idioma, tanto para formar en habilidades para conseguir un trabajo como para evaluar esa formación y evolución.
Y si hablamos de evaluación, sale a la palestra un concepto: microcredenciales. Estos sistemas de microcredenciales y open badges  son los grandes aliados para certificar las habilidades de los estudiantes y futuros candidatos.
Acreditados a través de sistemas como blockchain, permiten a los profesionales avalar las habilidades que los diferencian y, al mismo tiempo, ayudan a los reclutadores a encontrar de manera eficiente los perfiles que buscan en sus procesos de captación de talento.


miércoles, 28 de agosto de 2024

La mitad de los graduados lamenta que su primer trabajo no se relacione con sus estudios

Según los resultados del último estudio de Walters People, las personas que se han graduado en los últimos 12 meses sienten que sus estudios no les han proporcionado los conocimientos necesarios para enfrentarse al mercado laboral.

De ellos, el 72% siente que su grado no les ha dado “mayor ventaja” frente a candidatos que han cursado otro tipo de formación. Además, el 53% afirma que su actual trabajo no está relacionado con sus estudios.

Qué buscan los recién graduados

«Los recién graduados se están incorporando al mercado laboral más desafiante de los últimos años: menor número de vacantes y salarios que no se ajustan al incremento del nivel de vida, se unen a la alta competencia laboral derivada del trabajo en remoto que deslocaliza el trabajo”, apunta Javier García, Manager en Walters People.

“Vemos como tendencia entre los profesionales de la generación Z que ahora dedican más tiempo a la búsqueda de empleo, ya que ponen más énfasis en el disfrute de su trabajo, los valores de la empresa, así como el equilibrio entre la vida personal y profesional de como lo hacían sus padres”, comenta García.

Con un mercado frágil debido a la coyuntura económica, las empresas están buscando profesionales que cuenten con cierta experiencia que les permita comenzar a trabajar cuanto antes. De hecho, los recortes presupuestarios provocan una menor inversión en formación y capacitación al empleado, por lo que la experiencia laboral es mucho más atractiva en un proceso de selección que un título universitario.

Es común que los recién graduados comiencen a trabajar en un puesto que no está relacionado con el campo que estudiaron, por lo que muchos de ellos llegan a replantearse su trayectoria profesional para conseguir empleo.

Cuando se les pregunta sobre qué es más importante para ellos a la hora de buscar su primer empleo, el 38% prioriza la progresión de carrera y el 35% el salario, frente al 15% que prefiere un puesto en su área de estudio o (13%) estabilidad laboral.

“Los recién graduados tienen sus ojos puestos en un plan de carrera ambicioso y estable. Es por ello que quieren sentirse seguros sabiendo que hay un plan claro para ascender dentro de la organización, acompañado de una escala salarial acorde”, matiza García.


Fuente.



miércoles, 3 de julio de 2024

Los amigos que uno tiene y los que uno cree tener | por Zygmunt Bauman

"Nuestros antepasados remotos lo tuvieron fácil: ellos y sus seres queridos tendían en general a habitar el mismo lugar desde que nacían hasta que morían, en estrecha proximidad mutua y al alcance y a la vista los unos de los otros." Zygmunt Bauman

Artículo del filósofo y sociologo inglés Zygmunt Bauman, sobre algunos espejismos de la amistad a lo largo de la historia y sobretodo en particular en el siglo XXI.   

El profesor Robin Dunbar, antropólogo evolutivo de la Universidad de Oxford, insiste en que «nuestras mentes no han sido diseñadas [por la evolución] para que, en nuestro mundo social, quepa más que un muy limitado número de personas». 


Dunbar ha calculado en realidad esa cifra: según él, «la mayoría de nosotros podemos mantener solamente en torno a ciento cincuenta relaciones mínimamente significativas». No es de extrañar que él mismo haya denominado ese límite — impuesto por la evolución (biológica)— el «número de Dunbar». Ese centenar y medio es, podríamos decir, el número que alcanzaron nuestros antepasados remotos a través de la evolución biológica y que esta no logró superar. A partir de ahí, dejó el terreno libre a su mucho más ágil y diestra (pero, sobre todo, más rica en recursos y menos paciente) sucesora: la llamada «evolución cultural» (es decir, aquella provocada, moldeada e impulsada por los propios seres humanos, que pone en juego los procesos de enseñanza y aprendizaje, en vez de los cambios en la disposición de los genes). 

Aclaremos que ciento cincuenta era probablemente el número máximo de criaturas que podían juntarse, permanecer juntas y cooperar de manera provechosa cuando la supervivencia del grupo dependía únicamente de la caza y la recolección; el tamaño de una manada protohumana no podía superar ese límite mágico si no se acopiaban (o, mejor dicho, inventaban) fuerzas y (¡sí!) herramientas más sofisticadas que las proporcionadas por los colmillos y las garras. Sin esas otras fuerzas y herramientas, denominadas «culturales», la proximidad continuada de una cifra más amplia de individuos habría resultado insostenible, por lo que cualquier capacidad de «tener en mente» a más personas que esas habría sido superflua. «Imaginar» una totalidad mayor que la realmente accesible para los sentidos era algo tan innecesario como, dadas las circunstancias, inconcebible. Las mentes no necesitaban almacenar aquello que los sentidos no tenían posibilidad de captar… Fue con la llegada de la cultura cuando debió de producirse (y, de hecho, se produjo) la superación del límite marcado por el «número de Dunbar». ¿Fue el hecho de atravesar esa barrera el primer acto de transgresión de los «límites naturales»? Y puesto que transgredir límites («naturales» o autoimpuestos) es el rasgo definitorio de la cultura y su modo de ser, ¿fue esa también el acta de nacimiento de la cultura? 

Aclaremos también que, con el inicio de la secuela cultural de la evolución, el terreno de las relaciones reconociblemente «significativas» se dividió —a todos los efectos prácticos— en dos espacios correspondientes a dos tipos autónomos (aunque interrelacionados) de «significación»: la sensual/emocional o específica y la mental o abstracta. Es la primera variedad de «significación» la que supuestamente puede haber «fijado límites», pues es la que continúa dependiendo de la dotación (esencialmente inalterada) con la que la evolución ha equipado a la especie humana; la segunda variedad, sin embargo, está manifiestamente liberada de las restricciones impuestas por los «límites naturales», aunque también es eminentemente libre de fijar (y revocar o transgredir en la práctica) sus propias barreras. Buena parte de la labor de la cultura ha consistido hasta el momento (y sigue consistiendo) en dibujar y redibujar las fronteras que separan el «aquí» del «allí», el «dentro» del «fuera», el «nosotros» del «ellos», así como en subdividir y diferenciar aún más los terrenos internos de cada una de esas categorías y, dada la pluralidad de culturas y de interfaces de intervenciones culturales, esa labor consiste también en generar «áreas grises» de ambivalencia entre territorios mutuamente delimitados y, por tanto, en suscitar manzanas de la discordia que sirven, a su vez, de estímulo adicional para las ansias de delimitación fronteriza. El «número de Dunbar» es, en sí mismo, un ejemplo típico de ese ejercicio cultural de trazado de fronteras (una actividad que se remonta, según el mito etiológico de Lévi-Strauss, al «nacimiento de la cultura» misma —es decir, a la prohibición del incesto—, momento que significó la división de las mujeres en objetos sexuales permitidos y prohibidos). 

Las «redes de amistades» mantenidas por vía electrónica prometían romper con las contumaces e intrépidas limitaciones a la sociabilidad fijadas por nuestra dotación genéticamente transmitida. Pues bien, según Dunbar, no lo han hecho y no lo harán: la promesa es imposible de cumplir. «Sí —dice Dunbar en el artículo de opinión que ha publicado en el New York Times del 25 de diciembre—, cualquiera puede incluir como “amigos” a quinientas, mil o hasta cinco mil personas en su página de Facebook, pero todas ellas salvo las ciento cincuenta más fundamentales serán meros voyeurs curioseando en la vida diaria del titular de la cuenta». Entre esos miles de amigos y amigas de Facebook, las «relaciones significativas» (tanto las mantenidas electrónicamente como las vividas en desconexión) quedarán circunscritas dentro de los intraspasables límites del «número de Dunbar». El verdadero servicio prestado por Facebook y los otros sitios «sociales» de su tipo es el mantenimiento de un núcleo central y constante de amigos en las condiciones de elevada movilidad, rápido movimiento y apresurado cambio del mundo actual. 

Nuestros antepasados remotos lo tuvieron fácil: ellos y sus seres queridos tendían en general a habitar el mismo lugar desde que nacían hasta que morían, en estrecha proximidad mutua y al alcance y a la vista los unos de los otros. Es muy poco probable que ese fundamento que podríamos denominar «topográfico» de los lazos a largo plazo (vitalicios incluso) reaparezca y, menos aún, que sea inmune al fluir del tiempo, vulnerable como es a las vicisitudes de las historias de las vidas individuales. Pero, afortunadamente, hoy tenemos maneras de «mantenernos en contacto» que son plena y verdaderamente «extraterritoriales», y, por consiguiente, independientes del grado y la frecuencia de la proximidad física. «Facebook y otras redes sociales», y sólo ellas, a juzgar por lo que sugiere Dunbar, «nos permiten mantener amistades que, de otro modo, decaerían enseguida». Pero no terminan ahí los beneficios que nos brindan: «Nos permiten reintegrar nuestras redes, de manera que, en lugar de tener varios subgrupos inconexos de amigos, ahora somos capaces de reconstruir, aunque sea de modo virtual, algo parecido a las antiguas comunidades rurales en las que todo el mundo se conocía» (el énfasis lo he añadido). En todo caso, en lo que a la amistad respecta (o, al menos, eso es lo que Dunbar da a entender, aunque no con estas mismas palabras), la idea de que «el medio es el mensaje» lanzada en su día por Marshall McLuhan ha quedado refutada; por otra parte, sin embargo, la otra conocida sugerencia de ese mismo autor, la de la llegada de una «aldea global», sí se ha hecho realidad. «Aunque de modo virtual»… 

Pero ¿no es la «virtualidad» una diferencia que marca la diferencia, valga la redundancia (una diferencia, por cierto, mucho mayor y más trascendental para la suerte de las «relaciones significativas» de lo que Dunbar está dispuesto a reconocer)? La vida en «las antiguas comunidades rurales» dificultaba ligar lazos que no estuvieran ya interconectados «por sí mismos», por así decirlo, y, en concreto, por las circunstancias propias de las personas que habitaban, unas al lado de las otras, la misma «comunidad rural». Y dificultaba en similar medida, si no más aún, desligar los lazos que ya existían, anularlos y cancelarlos, a menos que una o más de las personas entrelazadas murieran. La vida en línea, por su parte, facilita hasta extremos infantiles que «comencemos» una relación, pero también hace que resulte mucho más sencillo salir de una, al tiempo que convierte en peligrosamente simple pasar por alto la pérdida de contenido de la «relación», que se va consumiendo, que pierde intensidad y que, finalmente, se disuelve por pura falta de atención. 

Hay motivos para sospechar que son precisamente esas facilidades las que han valido a las «redes sociales» la tremenda popularidad de la que gozan actualmente y las que han convertido a su autoproclamado inventor y (seguramente) principal promotor comercial, Mark Elliot Zuckerberg, en multimillonario de la noche a la mañana. Tales facilidades fueron también las que permitieron que la tendencia moderna a la ausencia de esfuerzo, la comodidad y el confort alcanzara y conquistara finalmente el hasta entonces tozuda y apasionadamente independiente territorio de los lazos humanos. Han conseguido que esa sea una región sin riesgos (o casi); han conseguido que sea imposible (o casi) que los antaño deseables permanezcan con nosotros más tiempo de la cuenta; han conseguido que nos salga a coste cero (o casi) recortar pérdidas. En definitiva, han logrado la hazaña de cuadrar el círculo, de poder tener todo sin necesidad de elegir. Al limpiar el ámbito de las interrelaciones de todos y cada uno de los compromisos y condiciones que las atenazaban, han extirpado el desagradable lunar de la indestructibilidad que anteriormente afeaba el rostro de la comunión humana. 

Dunbar está en lo cierto cuando afirma que los sustitutos electrónicos de la comunicación cara a cara han modernizado la herencia que arrastrábamos desde la Edad de Piedra, adaptando y ajustando las formas y los medios del contacto humano a las exigencias de nuestra nouvel âge. Lo que parece haber pasado por alto, sin embargo, es que en el curso de dicha adaptación, esos medios y formas también se han visto considerablemente alterados y que, de resultas de ello, también ha cambiado el significado de las «relaciones significativas». O sea que también debería haberse modificado el contenido del concepto mismo del «número de Dunbar». A menos, claro está, que sea precisamente el número (y el número sin más) el que agote en sí mismo todo el contenido del concepto… 


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domingo, 16 de junio de 2024

La importancia de tener un fuerte propósito en la vida para nuestro cerebro

Tener un propósito fijado funciona como neuroprotección ayudando al rendimiento cognitivo

La resiliencia cognitiva se refiere a la capacidad del cerebro para hacer frente a factores estresantes, lesiones y patologías, y resistir el desarrollo de síntomas o discapacidades. Pero, ¿se trata de una competencia que se pueda entrenar?

Una nueva investigación del Marcus Institute for Aging Research, en Boston (Estados Unidos), con la colaboración de la Universidad de Barcelona, sugiere que tener un fuerte propósito en la vida puede promover la resiliencia cognitiva entre los adultos de mediana edad. Además, tener un objetivo en la vida implica cambios en la organización del cerebro, con una red cerebral específica, la red de modo por defecto dorsal, que muestra mayores conexiones funcionales dentro de sus componentes y con otras áreas cerebrales. Esto puede representar un mecanismo de neuroprotección que, en última instancia, garantice una mejor función cognitiva en la vejez.

Estos son algunos de los hallazgos del estudio, publicado en la revista 'Alzheimer's Research & Therapy'. "Los datos actuales amplían los hallazgos previos encontrados en la edad avanzada y el envejecimiento patológico, como la enfermedad de Alzheimer, revelando que tener un fuerte sentido de propósito podría conferir resiliencia ya en la mediana edad", ha apuntado el autor, Kilian Abellaneda-Pérez, del Departamento de Medicina, Facultad de Medicina y Ciencias de la Salud del Instituto de Neurociencias de la Universidad de Barcelona.

Protege al cerebro de la enfermedad

"El hecho de que los individuos del grupo de mayor propósito en la vida tuvieran una mayor conectividad entre nodos específicos de la red dorsal de modo por defecto, que se correlacionaba con el rendimiento cognitivo, sugiere que tales cambios en la organización funcional del cerebro pueden representar el mecanismo por el cual un mayor propósito en la vida promueve la salud cerebral y protege al cerebro de la disfunción incluso frente al estrés, la adversidad y la enfermedad", ha afirmado el doctor Álvaro Pascual-Leone, director médico del Centro Deanna y Sidney Wolk para la Salud de la Memoria en Hebrew SeniorLife; y del Departamento de Neurología de la Facultad de Medicina de Harvard (Estados Unidos).

Asimismo, ha afirmado que también "lo emocionante" es que cada persona, "con la orientación y el apoyo adecuados", puede desarrollar y mantener un sólido sentido de propósito y contribuir así a la salud y el bienestar del cerebro.

Antecedentes

Los agentes modificadores de la enfermedad para contrarrestar el deterioro cognitivo en la vejez siguen siendo difíciles de encontrar. De ahí que sea primordial identificar factores modificables que promuevan la reserva cerebral y la resiliencia.

En el Alzheimer, la educación y la ocupación son indicadores típicos de reserva. Sin embargo, cada vez se reconoce más la importancia de los factores psicológicos, a medida que se dilucidan sus mecanismos biológicos operativos. En este sentido, se ha descubierto que el propósito en la vida, uno de los pilares del bienestar psicológico, reduce los efectos nocivos de los cambios patológicos relacionados con la enfermedad de Alzheimer sobre la cognición. Sin embargo, aún se desconoce si el propósito en la vida opera como un factor de resiliencia cognitiva en individuos de mediana edad, y cuáles son los mecanismos neurales subyacentes.

Para el estudio, se obtuvieron datos de 624 adultos de mediana edad de la cohorte de la 'Barcelona Brain Health Initiative'. Los individuos con índices de propósito en la vida más bajos y más altos, según la división de esta variable, se compararon en términos de estado cognitivo, una medida que refleja la carga cerebral (lesiones de sustancia blanca; WMLs), y la conectividad funcional en estado de reposo, examinando los parámetros de segregación de sistemas (SyS) utilizando 14 circuitos cerebrales comunes.


El estado neuropsicológico y la carga de WMLs no difirieron entre los grupos con un propósito vital. Sin embargo, en el grupo con menor nivel de objetivos en este sentido, una mayor carga de WMLs supuso un impacto negativo en las funciones ejecutivas.

Los sujetos del grupo con mayor nivel de propósito mostraron una menor segregación de sistemas de la DMN dorsal (dDMN), lo que indica una menor segregación de esta red de otros circuitos cerebrales. En concreto, los individuos con mayor objetivo de vida presentaban una mayor conectividad entre redes entre nodos específicos de la dDMN, incluyendo el córtex frontal, la formación hipocampal, la región midcingulada y el resto del cerebro. Esta mayor conectividad funcional en algunos de estos nodos fue lo que se correlacionó positivamente con el rendimiento cognitivo.


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jueves, 25 de abril de 2024

Lo raro sería que fueran felices

El Informe Mundial de la Felicidad, con encuestas en 143 países, desvela que los jóvenes de entre 15 y 25 años son cada vez más infelices y lo son en mayor proporción que los mayores.

Con frecuencia, por pereza o por falta de imaginación, establecemos vínculos absurdos. Por ejemplo, asociamos adversidad con infelicidad, cuando realmente puede ser incluso lo contrario, según qué casos. Hay personas que solo descubren su propósito en la adversidad. Porque la felicidad, de hecho, está más emparentada con la conciencia de los márgenes de nuestro mundo y la capacidad de maniobrar en ellos que con la ausencia de un marco o, sobre todo, la falta de un propósito.

Al hablar de su infancia miserable, el cineasta Werner Herzog se rebela contra la condescendencia retrospectiva hacia el «pobre boomer»: «Todos mis amigos que crecieron en Múnich recuerdan con entusiasmo los años de la posguerra. Tenían verdaderos patios de recreo para sus aventuras (…) Tenían que hacerse responsables de sí mismos a una edad muy temprana y estaban entusiasmados con ello. Sigo oyendo voces que se compadecen de estos niños, pero eso no se corresponde con la realidad de sus experiencias. Al igual que yo en las montañas, los niños de ciudad de los primeros años de la posguerra tuvieron la infancia más maravillosa que cabe imaginar».


Herzog creció feliz entre los cascotes de un país demolido y el asedio cotidiano del hambre. Parece ridículo, contraintuitivo, pensar que los niños de hoy puedan ser más infelices, mucho más, de hecho, que aquellos salvajes harapientos. El Informe Mundial de la Felicidad, con encuestas en 143 países, desvela, un año más, lo que ya intuimos a pie de calle: los jóvenes de entre 15 y 25 años son cada vez más infelices y lo son en mayor proporción que los mayores, revirtiendo la tendencia anterior a 2017. El colapso de la felicidad es más acusado en España que en otros países del entorno.

El colapso de la felicidad es más acusado en España que en otros países del entorno

Llevo unos días leyendo interpretaciones «materiales» del asunto: las redes sociales (es evidente), la falta de acceso a la vivienda, el desempleo y la caída de los sueldos. Pero igual que es absurdo vincular adversidad con infelicidad, es empobrecedor e ingenuo pensar que un contexto de depresión material explica por sí solo una tendencia tan tremenda como esta. Antes de que vinieran mal dadas ya se venía fraguando algo mucho más devastador, una inmensa atonía que tiene más que ver con la falta de sentido y propósito que con los indicadores de bienestar.

Decía Camus que hay que imaginar a Sísifo feliz. Suena aberrante, pero es clarividente. Sísifo, al menos, tiene un propósito. Trabaja dentro de un marco, conoce sus límites y qué se espera de él. En caso de rebelarse, sabría contra qué hacerlo. Viktor Frankl opinaba que «el hombre se autorrealiza en la misma medida en que se compromete con el cumplimiento del sentido de su vida». Es en ese sentido que cita a Nietzsche: «Quien tiene un por qué puede soportar casi cualquier cómo». Para los pequeños boomer de posguerra la miseria era un incentivo para responsabilizarse de su mundo, sacarse las castañas del fuego. Eran, como suele decirse, pobres pero felices porque sabían, intuían al menos, hacia dónde debían ir.

Ahora consideremos el caso de nuestros jóvenes. ¿Qué tienen aparte de dos o tres cosas tangibles y un aceptable bienestar material? ¿Cuáles son sus «porqués»? Su infelicidad, creo, radica en su falta de propósito, en la enorme ignorancia de su entorno. Durante años han asistido, tomando nota mental, al desmontaje de todos los sentidos, de cada uno de los referentes y asideros.

Les han dicho que el pasado es matizable e incluso condenable, que el presente es una construcción de su voluntad pero que el futuro de todos modos no existe. Les han dicho que su género es lábil, que su amor es líquido, que la meritocracia no existe, que la formación es un trámite, que todo es problematizable y todo es patológico, que todas las cosas se crean de cero en base a una afirmación espontánea, sin relación con los demás, sin contexto. Les han eximido de responsabilidad y de autonomía real, porque la autonomía solo existe donde hay límites contrastables, en base a esos límites. Les han infantilizado por encima de sus posibilidades, les han capado el proceso de maduración, la propia idea de maduración, brindándoles la apariencia de una infancia alargada hasta donde quieran. Les han dicho que podían ser lo que quisieran ser aunque luego, en la arena común, nadie quiera de ellos nada de lo que sueñen con ser. Les han mentido.

La vida es odiosamente performativa: la construyes a tu modo sin manual de instrucciones

Han desencantado su mundo, lo han vaciado de sentido, han ido cuestionando primero, revisando después y finalmente demoliendo cada uno de los viejos mojones del itinerario. Los han condenado a una existencia sin amarres, novísima y en bucle, donde no hay propósito porque no hay linealidad. No existen los caminos entre los que escoger porque todos llevan al vacío. Tampoco existen los referentes ni las recetas del pasado. La vida es odiosamente performativa: la construyes a tu modo sin manual de instrucciones.

Realmente los han lanzado a una libertad impotente, la peor de las libertades, la que se hace de proclamas sobre el alambre de un funambulista. Ahí arriba, penduleando entre dos abismos, le han dicho: ahora escoge tu camino, eres inmensamente libre.

No concibo otra manera de rebelarse ante tanta frivolidad durante tanto tiempo por parte de tanta gente que no sea la de los jóvenes de hoy: la anhedonia, la ansiedad y la depresión. Su respuesta a tanto estímulo falaz, agravada por el contexto de decadencia general, es la más lógica posible: sentarse a llorar en el sofá (a llorar y a postearlo) hasta que alguien les diga qué se supone que se pretende de ellos en una sociedad en la que cada quién se construye solo para sí.

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martes, 2 de abril de 2024

Por qué caminar nos ayuda a pensar

Desde al menos la época de los filósofos griegos, muchos escritores han descubierto una profunda conexión intuitiva entre caminar, pensar y escribir.

En el número de Navidad de 1969 de Vogue, Vladimir Nabokov ofreció algunos consejos para enseñar "Ulises" de James Joyce: "En lugar de perpetuar la pretenciosa tontería de los encabezados de capítulos homéricos, cromáticos y viscerales, los instructores deberían preparar mapas de Dublín con los itinerarios entrelazados de Bloom y Stephen claramente trazados". Él mismo dibujó uno encantador. Varias décadas después, un profesor de inglés del Boston College llamado Joseph Nugent y sus colegas crearon un mapa de Google anotado que sigue los pasos de Stephen Dedalus y Leopold Bloom. La Sociedad Virginia Woolf de Gran Bretaña, así como los estudiantes del Instituto de Tecnología de Georgia, también han reconstruido los caminos de los caminantes londinenses en 'La señoraDalloway'.  

 Estos mapas aclaran cuánto dependen estas novelas de una curiosa conexión entre la mente y los pies. Joyce y Woolf fueron escritores que transformaron el mercurio de la conciencia en papel y tinta. Para lograr esto, enviaron a sus personajes a dar paseos por la ciudad. Mientras la señora Dalloway camina, no solo percibe la ciudad a su alrededor. Más bien, ella se sumerge en su pasado, remodelando Londres en un paisaje mental altamente texturizado, "inventándolo, construyéndolo a su alrededor, dándole vueltas, creándolo en cada momento de nuevo".

Desde al menos la época de los filósofos griegos peripatéticos, muchos otros escritores han descubierto una profunda conexión intuitiva entre caminar, pensar y escribir. (De hecho, Adam Gopnik escribió sobre caminar en The New Yorker hace solo dos semanas). "¡Qué vano es sentarse a escribir cuando no te has levantado a vivir!" escribió Henry David Thoreau en su diario. "Me parece que en el momento en que mis piernas comienzan a moverse, mis pensamientos empiezan a fluir". Thomas DeQuincey ha calculado que William Wordsworth, cuya poesía está llena de caminatas por montañas, bosques y carreteras públicas, caminó hasta ciento ochenta mil millas en su vida, lo que equivale a un promedio de seis millas y media al día a partir de los cinco años.

¿Qué es específicamente lo que hace que caminar sea tan propicio para pensar y escribir? La respuesta comienza con los cambios en nuestra química. Cuando salimos a caminar, el corazón late más rápido, circulando más sangre y oxígeno no solo hacia los músculos, sino hacia todos los órganos, incluido el cerebro. Muchos experimentos han demostrado que después o durante el ejercicio, incluso un esfuerzo muy leve, las personas rinden mejor en pruebas de memoria y atención. Caminar regularmente también promueve nuevas conexiones entre las células cerebrales, evita el deterioro habitual del tejido cerebral que viene con la edad, aumenta el volumen del hipocampo (una región cerebral crucial para la memoria) y eleva los niveles de moléculas que estimulan el crecimiento de nuevas neuronas y transmiten mensajes entre ellas.

La forma en que movemos nuestros cuerpos también cambia la naturaleza de nuestros pensamientos y viceversa. Los psicólogos especializados en música para el ejercicio han cuantificado lo que muchos de nosotros ya sabemos: escuchar canciones con ritmos rápidos nos motiva a correr más rápido, y cuanto más rápido nos movemos, más rápido preferimos nuestra música. Del mismo modo, cuando los conductores escuchan música alta y rápida, inconscientemente presionan un poco más el pedal del acelerador. Caminar a nuestro propio ritmo crea un bucle de retroalimentación inalterado entre el ritmo de nuestros cuerpos y nuestro estado mental, algo que no podemos experimentar tan fácilmente cuando corremos en el gimnasio, conducimos un automóvil, andamos en bicicleta o en cualquier otro tipo de locomoción. Cuando paseamos, el ritmo de nuestros pies vacila naturalmente con nuestros estados de ánimo y la cadencia de nuestro discurso interno; al mismo tiempo, podemos cambiar activamente el ritmo de nuestros pensamientos al caminar deliberadamente con más agilidad o al desacelerar.

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Debido a que no tenemos que dedicar mucho esfuerzo consciente al acto de caminar, nuestra atención está libre para divagar, para superponer el mundo ante nosotros con un desfile de imágenes del teatro de la mente. Este es precisamente el tipo de estado mental que los estudios han relacionado con ideas innovadoras e inspiraciones repentinas. A principios de este año, Marily Oppezzo y Daniel Schwartz de Stanford publicaron lo que probablemente sea el primer conjunto de estudios que miden directamente cómo caminar cambia la creatividad en el momento. Se les ocurrió la idea para los estudios mientras caminaban. "Mi asesor de doctorado tenía la costumbre de salir a caminar con sus estudiantes para hacer tormenta de ideas", dice Oppezzo de Schwartz. "Un día nos volvimos algo meta".

En una serie de cuatro experimentos, Oppezzo y Schwartz pidieron a ciento setenta y seis estudiantes universitarios que completaran diferentes pruebas de pensamiento creativo mientras estaban sentados, caminando en una cinta de correr o paseando por el campus de Stanford. En una prueba, por ejemplo, los voluntarios tenían que encontrar usos atípicos para objetos cotidianos, como un botón o una llanta. En promedio, los estudiantes pensaron entre cuatro y seis usos más novedosos para los objetos cuando estaban caminando que cuando estaban sentados. Otro experimento requería que los voluntarios contemplaran una metáfora, como "un capullo en ciernes", y generaran una metáfora única pero equivalente, como "un huevo que se incuba". El noventa y cinco por ciento de los estudiantes que salieron a caminar pudieron hacerlo, en comparación con solo el cincuenta por ciento de aquellos que nunca se levantaron. Pero caminar realmente empeoró el rendimiento de las personas en un tipo diferente de prueba, en la que los estudiantes tenían que encontrar la única palabra que unía a un conjunto de tres, como "queso" para "cabaña, crema y pastel". Oppezzo especula que, al dejar que la mente se pierda en un mar de pensamientos agitados, caminar es contraproducente para un pensamiento enfocado y centrado: "Si estás buscando una única respuesta correcta a una pregunta, probablemente no quieras que todas estas ideas diferentes broten".

También importa dónde caminamos. En un estudio dirigido por Marc Berman de la Universidad de Carolina del Sur, los estudiantes que pasearon por un arboreto mejoraron su rendimiento en una prueba de memoria más que los estudiantes que caminaron por las calles de la ciudad. Un pequeño pero creciente conjunto de estudios sugiere que pasar tiempo en espacios verdes, como jardines, parques y bosques, puede rejuvenecer los recursos mentales que los entornos artificiales agotan. Los psicólogos han aprendido que la atención es un recurso limitado que se agota continuamente a lo largo del día. Una intersección abarrotada, llena de peatones, automóviles y anuncios, hace que nuestra atención salte de un lado a otro. En contraste, caminar junto a un estanque en un parque permite que nuestra mente divague casualmente de una experiencia sensorial a otra, desde el agua rizada hasta los juncos que se mecen.

Sin embargo, las caminatas urbanas y campestres probablemente ofrecen ventajas únicas para la mente. Un paseo por una ciudad proporciona una estimulación más inmediata, una mayor variedad de sensaciones con las que la mente puede jugar. Pero si ya estamos al borde de la sobreestimulación, podemos recurrir a la naturaleza en su lugar. Woolf disfrutaba de la energía creativa de las calles de Londres, describiéndola en su diario como "estar en la cresta más alta de la ola más grande, justo en el centro y nadar de las cosas". Pero también dependía de sus caminatas por los South Downs de Inglaterra para "tener espacio para desplegar mi mente". Y, en su juventud, a menudo viajaba a Cornualles en verano, donde le encantaba "pasar las tardes dando vueltas en solitario" por el campo.

Quizás la relación más profunda entre caminar, pensar y escribir se revela al final de un paseo, de vuelta en el escritorio. Allí, se hace evidente que escribir y caminar son actividades extremadamente similares, partes iguales físicas y mentales. Cuando elegimos un camino a través de una ciudad o un bosque, nuestro cerebro debe examinar el entorno circundante, construir un mapa mental del mundo, decidir un camino a seguir y traducir ese plan en una serie de pasos. Del mismo modo, escribir obliga al cerebro a revisar su propio paisaje, trazar un curso a través de ese terreno mental y transcribir el sendero resultante de pensamientos al guiar las manos. Caminar organiza el mundo que nos rodea; escribir organiza nuestros pensamientos. En última instancia, los mapas como el que dibujó Nabokov son recursivos: son mapas de mapas.

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domingo, 24 de marzo de 2024

El futuro del aprendizaje está funcionando: Cómo potenciar el desarrollo de habilidades en el lugar de trabajo

Estamos viviendo uno de los cambios más profundos en la naturaleza del trabajo y los negocios en la historia humana. En 1975, más del 80% del valor de mercado de las compañías del S&P 500 eran activos tangibles como fábricas. Hoy en día, eso ha cambiado, y más del 80% está representado por activos no físicos como datos o software.

Esto se debe a una aceleración exponencial en el desarrollo tecnológico. El rápido aumento de las herramientas de inteligencia artificial generativa que están transformando la forma en que trabajamos; el cambio hacia la priorización de la energía verde y el desarrollo neutral en carbono; avances en la recopilación y análisis de datos mediante el aprendizaje automático.

Estos avances pueden generar un aumento de productividad y resolver enormes desafíos globales y sociales. Pero también pueden potencialmente excluir a millones del mundo laboral. Muchos trabajadores enfrentan ahora el riesgo real de desplazamiento con el auge de la inteligencia artificial generativa, y según un análisis de McKinsey, hasta 400 millones de empleos están en peligro. Esta amenaza no se distribuye de manera equitativa: la investigación de Multiverse y el Burning Glass Institute muestra que las ocupaciones de alta rotación y bajos salarios son mucho más susceptibles a la automatización.

Esto ejerce presión sobre un sistema educativo tradicional que ya está resquebrajado. Siempre ha existido una brecha sustancial entre lo que se enseña en la escuela y la universidad y lo que se necesita en el mundo laboral. Lo escuchamos regularmente de los empleadores. Los líderes empresariales dicen cada vez más que los graduados están calificados en teoría pero no en la práctica: necesitan un promedio de 11 meses de entrenamiento en el trabajo antes de ser completamente efectivos en su papel.

Ahora, esa brecha se está convirtiendo en un abismo. El lugar de trabajo exige habilidades adecuadas para la década de 2020 en adelante, como la capacidad para utilizar inteligencia artificial, desarrollar software y gestionar bases de datos. Pero las escuelas y universidades siguen enseñando planes de estudio que se centran más en el conocimiento que en las habilidades, en un estilo que ha evolucionado poco desde la década de 1990.

Esta desconexión entre la educación y el trabajo crea la impresión de que la educación es el viaje y el trabajo es el destino. El sistema intenta ofrecer 21 años de aprendizaje, seguidos de 45 años de trabajo con pocas oportunidades para continuar ese aprendizaje. De hecho, el 47% de los trabajadores no ha recibido formación en el lugar de trabajo en los últimos cinco años.

En esta era de transformación digital, el aprendizaje debe ser continuo. La educación y el trabajo pueden coexistir: trabajar en conjunto para guiar continuamente las carreras de las personas mientras llevan a las empresas y la sociedad hacia el crecimiento económico. Esto es el aprendizaje basado en el trabajo: formación fundamentada en la práctica, no en la teoría, y enseñada en un entorno aplicado. Bien hecho, este estilo de aprendizaje enfatiza las habilidades más relevantes para los trabajos, permitiendo así la movilidad económica.

Y lo más importante de todo, crea oportunidades equitativas al garantizar que la educación no esté disponible solo para aquellos que pueden pagarla o tomarse tiempo fuera del trabajo. El aprendizaje basado en el trabajo, a diferencia del aprendizaje en el aula, puede ser continuo y entregarse a lo largo de toda una carrera, según sea necesario.

Hacer que el aprendizaje basado en el trabajo sea accesible para todos será transformador para individuos, empresas y sociedades. Pero también será desafiante y requerirá la fuerza combinada y la voluntad de formuladores de políticas, líderes empresariales y educadores.

Aquí hay ejemplos sólidos de los cuales aprender. Donde los gobiernos incentivan el aprendizaje basado en el trabajo, las empresas seguirán: en Estados Unidos, se puede observar una fuerte correlación entre los estados con créditos fiscales para aprendices y donde la adopción de aprendices es mayor. En el Reino Unido, el impuesto ha creado más aprendizajes en sectores profesionales y de TI, donde la necesidad de habilidades es mayor.

Los líderes corporativos pueden actuar manteniendo el desarrollo de habilidades en el centro de su estrategia de transformación digital. Comprar software de análisis de datos de última generación o invertir en herramientas de inteligencia artificial tiene beneficios limitados si las personas dentro de una empresa no tienen el conjunto de habilidades para capitalizar esas inversiones. Las empresas deben asegurarse de financiar las habilidades de su fuerza laboral tanto como invierten en tecnología.

Las empresas deben, en particular, considerar la recualificación de aquellos en sus fuerzas laborales que corren el riesgo de ser desplazados por la automatización. La recualificación puede poner a las personas a cargo de las tecnologías emergentes en lugar de estar a merced de ellas. Para las empresas, significa construir internamente una generación de líderes tecnológicos con conocimientos institucionales y dedicación en lugar de incurrir en el gasto de contratar ese talento desde el exterior.

Finalmente, las organizaciones educativas tradicionales tienen un papel que desempeñar al integrar mejor los escenarios laborales en su enseñanza. Las escuelas y universidades están bajo una presión renovada para asegurarse de que lo que enseñan sea relevante para el mundo fuera de las paredes del aula. El Proyecto sobre la Fuerza Laboral de Harvard publicó recientemente recomendaciones para educadores con el fin de fortalecer el vínculo entre los títulos académicos y los empleos, incluyendo un mayor énfasis en ejercicios basados en equipos y el reconocimiento de pasantías remuneradas.

Mientras sigamos viendo la educación y el trabajo como dos entidades separadas, la brecha entre las habilidades de las personas y las necesidades de la sociedad solo se ampliará.

Las empresas no pueden seguir dejando el aprendizaje en manos de las instituciones educativas, y los educadores no pueden seguir ignorando la realidad del trabajo. Al unir el aprendizaje y el trabajo, podemos construir un grupo de individuos con las habilidades para prosperar y liderar a medida que se desarrolla la tecnología, una economía preparada para el futuro y adaptable a las cambiantes necesidades tecnológicas, y una sociedad con las empresas y personas adecuadas para enfrentar algunos de sus mayores desafíos y oportunidades.

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Revelan cómo el estrés desencadena miedo en el cerebro y cómo impedirlo

Descubren cómo el estrés agudo provoca miedo generalizado en el cerebro en ausencia de amenazas y cómo prevenir su aparición o detenerlo, lo que podría ayudar a desarrollar tratamientos específicos para trastornos como el estrés postraumático.

El sistema nervioso humano está diseñado para detectar el miedo cuando algo en el entorno resulta inquietante o amenazador, como ruidos que escuchamos cuando estamos solos y a oscuras o el gruñido de un animal que se acerca. Nuestra respuesta al miedo es un mecanismo de supervivencia que nos indica que permanezcamos alerta y evitemos situaciones peligrosas. Pero cuando el miedo nos atenaza sin que exista una amenaza real puede perjudicar nuestro bienestar emocional, e incluso deteriorar la salud.

Es el caso de las personas que han experimentado situaciones de estrés graves o prolongadas que pueden hacer que sufran miedo más tarde en otros momentos o situaciones, incluso aunque no se expongan a ningún riesgo. Vivir esta generalización del miedo es psicológicamente dañino y puede dar lugar a problemas de salud mental a largo plazo, como el trastorno de estrés postraumático (TEPT).

Los mecanismos inducidos por el estrés que hacen que nuestro cerebro produzca sentimientos de miedo en ausencia de amenazas han sido en gran parte un misterio. Ahora, neurobiólogos de la Universidad de California en San Diego (UC San Diego) han identificado los cambios en la bioquímica cerebral y han mapeado el circuito neuronal que causa esa experiencia de miedo generalizado. Los resultados de su investigación se han publicado en la revista Science y ofrecen nuevas perspectivas sobre cómo se podrían prevenir las respuestas de miedo.

En el artículo, el excientífico asistente de proyectos de UC San Diego Hui-quan Li, (ahora científico senior en Neurocrine Biosciences), el profesor distinguido de la familia Atkinson, Nick Spitzer, de la Escuela de Ciencias Biológicas y sus colegas describen la investigación que ha conducido al descubrimiento de los neurotransmisores –los mensajeros químicos que permiten a las neuronas del cerebro comunicarse entre sí– en la raíz del miedo generalizado inducido por el estrés.

Cómo evitar la aparición de miedo generalizado

Al estudiar los cerebros de ratones en una zona conocida como rafe dorsal (ubicada en el tronco cerebral), los investigadores descubrieron que el estrés agudo inducía un cambio en las señales químicas de las neuronas, pasando de los neurotransmisores excitatorios “glutamato” a los inhibidores GABA, lo que llevaba a respuestas de miedo generalizadas.

“Nuestros resultados proporcionan información importante sobre los mecanismos implicados en la generalización del miedo”, ha declarado Spitzer, miembro del Departamento de Neurobiología y del Instituto Kavli para el Cerebro y la Mente de UC San Diego. “El beneficio de comprender estos procesos a este nivel de detalle molecular –qué está sucediendo y dónde está sucediendo– permite una intervención que es específica del mecanismo que impulsa los trastornos relacionados”.

Basándose en este nuevo hallazgo de un cambio en los neurotransmisores inducido por el estrés, considerado una forma de plasticidad cerebral, los investigadores examinaron también los cerebros post mortem de humanos que habían sufrido de TEPT. Un cambio similar de neurotransmisores de glutamato a GABA se confirmó también en sus cerebros.

“Ahora que conocemos el núcleo del mecanismo por el cual se produce el miedo inducido por el estrés y los circuitos que implementan este miedo, las intervenciones pueden ser dirigidas y específicas”

Los investigadores encontraron luego una manera de detener la producción de miedo generalizado. Antes de la experiencia de estrés agudo, inyectaron en la ráfaga dorsal de los ratones un virus adenoasociado (AAV) para suprimir el gen responsable de la síntesis de GABA. Este método previno que los ratones adquirieran miedo generalizado. Además, cuando los ratones fueron tratados con el antidepresivo fluoxetina (comercializado como Prozac) inmediatamente después de un evento estresante, se previno el cambio de transmisor y la subsiguiente aparición de miedo generalizado.

Los investigadores no solo identificaron la ubicación de las neuronas que cambiaron su transmisor, sino que también demostraron las conexiones de estas neuronas con la amígdala central y el hipotálamo lateral, regiones cerebrales previamente vinculadas a la generación de otras respuestas de miedo. “Ahora que conocemos el núcleo del mecanismo por el cual se produce el miedo inducido por el estrés y los circuitos que implementan este miedo, las intervenciones pueden ser dirigidas y específicas”, concluye Spitzer.

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martes, 19 de marzo de 2024

El auge de los bots para buscar empleo

He empleado un spammer para enviar más de 120 solicitudes de empleo al día gracias a un bot de inteligencia artificial. Y ha sido un completo caos. • La IA facilita nuestro trabajo como un becario lo haría, pero el factor humano es indispensable en un mercado laboral tan precario.

En otoño de 2020, me encontré en territorio desconocido: estaba buscando un nuevo trabajo. En teoría, era algo de lo que debería saber mucho como periodista económica. Pero en la práctica, estaba perdida. Como había encontrado un trabajo estupendo nada más salir de la universidad y había permanecido en esa misma empresa durante una década, ignoraba felizmente lo desgarrador que era buscar empleo en el mundo empresarial del siglo XXI.

Me puse manos a la obra. Investigué meticulosamente a los empleadores. Me presenté a una docena de ofertas. Adapté mi CV a la descripción de cada puesto. Escribí párrafos sinceros sobre por qué cada puesto era perfecto para mí. Sin embargo, todo lo que recibía eran correos electrónicos de rechazo o, peor aún, silencio. Me quedé estupefacta porque no pasé ni una sola entrevista. Esto es terrible, pensé. ¿Cómo puede alguien hacer algo así? Era como si hubiera estado enviando mis solicitudes a la nada.

Por suerte, conseguí trabajo al cabo de un par de meses. Pero la experiencia se me quedó grabada. Hoy en día, solicitar trabajo se ha convertido en una pesadilla. En el mercado actual, no es raro que puestos de trabajo totalmente anodinos atraigan miles de solicitudes. Los empresarios están tan abrumados por la avalancha de currículums que apenas son capaces de echarles un vistazo, por no hablar de leerlos. Todo el proceso se ha convertido en un juego de probabilidades: los solicitantes de empleo envían sus cartas de presentación a cientos de empresas, luchando por destacar entre el tsunami de aspirantes. Las cosas se han puesto tan feas que LinkedIn ya no anuncia el número de personas que han solicitado un puesto en su portal de empleo.

Así que cuando me enteré de que ahora se puede utilizar un bot para enviar solicitudes masivas a ofertas de empleo, me quedé intrigada. Los bots —con nombres como LazyApply y Massive— han convertido la búsqueda de empleo en una carrera armamentística tecnológica. Pagas una cuota, introduces tu currículum en el bot, le dices lo que buscas y ¡zas!, empieza a enviar cientos de solicitudes a tu nombre, a menudo en tiempo real. Es la promesa de la IA aplicada al mercado laboral: una máquina inteligente, personalizada y asesina de RRHH, diseñada para conseguirte un trabajo mediante una combinación de conocimientos tecnológicos y fuerza bruta.

La cuestión es: ¿Funcionan los bots? Decidí averiguarlo. Así que entré de incógnito en la era de la IA.

No buscaba trabajo. Pero una noche, tarde, me abrí una cerveza, actualicé mi currículum, saqué la tarjeta de crédito y confié mi destino a un bot de búsqueda de empleo. ¿A qué puestos aplicaría? ¿Hasta qué punto reflejaría mis habilidades e intereses a los empleadores? Un amigo bromeó: "¿Sabe tu editor que este reportaje podría acabar contigo en un nuevo puesto?". Ni siquiera se me había pasado por la cabeza. No creía que ningún empleador fuera a interesarse. ¿Cómo podría una versión de mí generada por inteligencia artificial competir en un mercado laboral tan abarrotado y caótico?

Unas 120 solicitudes más tarde, me di cuenta de que no era así.

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El primer bot que probé se llamaba Sonara. Por 79,99 dólares al mes, me suscribí al plan más caro de "amplitud", que me permitiría solicitar 420 vacantes. Después de pasar media hora cargando mi currículum y completando mi perfil, Sonara me mostró una docena de opciones de trabajo. Le di luz verde a algunas y el robot prometió que las enviaría. Cada mañana, cuando volvía a conectarme, me enviaba un goteo de nuevas opciones para que las considerara. Pero las que yo aprobaba seguían en la cola, sin enviarse. No era la avalancha de solicitudes de empleo que estaba buscando. Llamé varias veces al servicio de atención al cliente. Al cabo de una semana, apareció un comunicado en la web de Sonara. La plataforma iba a cerrar. Genial, pensé. Adiós a mis 79,99 dólares.

Sin desanimarme, me registré en WonsultingAI, que parecía una ganga por solo 19,99 dólares al mes. Era un poco más manual que Sonara: cada vez que quería que me mostrara más ofertas de empleo, tenía que introducir mi nivel de experiencia y especificar el título y la ubicación del puesto que buscaba. Tenía una función interesante que me permitía utilizar un currículum diferente para cada puesto de trabajo al que me presentaba, lo que significaba que podía destacar diferentes habilidades y logros para varios puestos. Pero, al igual que Sonara, no me mostraba muchas ofertas de empleo y tenía bastantes fallos. Una de cada tres solicitudes nunca llegaba a buen puerto.

Tenía más esperanzas en Massive, otro bot que probé. Haciendo honor a su nombre, me mostró muchas más vacantes que Sonara y Wonsulting. Pero tenía una lista limitada y preestablecida de profesiones a las que podía optar. Elegí las que me parecieron más relevantes para lo que hago: marketing de contenidos y relaciones públicas. Por 39 dólares al mes, enviaba hasta 50 solicitudes a la semana. Cada pocos días, dedicaba 20 minutos a examinar las opciones y vetar los empleos que no me parecían relevantes. Todo parecía muy sencillo. Al cabo de unos días, empecé a recibir un flujo constante de correos electrónicos automáticos de varias empresas agradeciéndome el envío de mi solicitud. Aun así, 50 solicitudes a la semana me parecían poco en la era de la inteligencia artificial. Lo que yo quería era una verdadera máquina rociadora, el AK-47 de los bots de solicitud de empleo. Para ello, recurrí a LazyApply.

LazyApply no ofrecía una opción de suscripción mensual, así que compré un plan de por vida por 129 dólares. Eso me permitió enviar un máximo de 750 solicitudes al día. (Un plan más caro venía con solicitudes ilimitadas, pero no podía imaginarme enviando más de 750 en una semana, y mucho menos en un día). A diferencia de los otros bots, que introducían las ofertas de empleo en sus propios sitios web, LazyApply enviaba las solicitudes a través de portales de empleo externos. Así que vinculé mi nuevo perfil de LazyApply a mis cuentas de Indeed, ZipRecruiter y LinkedIn. Y luego lo puse en marcha.

A diferencia de otros bots, LazyApply hacía todas las solicitudes en tiempo real, delante de mis ojos. Era como si alguien hubiera pirateado mi ordenador: vi cómo el bot hacía clic en varias casillas y escribía respuestas a preguntas cortas. Durante los primeros minutos, me quedé hipnotizada. Luego, empecé a asustarme. En una de las aplicaciones, el bot indicó que hablaba un español de nivel conversacional que, sin duda, no hablo. En otra, indicaba que era afroamericana, aunque en mi perfil de LazyApply había especificado que soy asiática. No debería haberme sorprendido, dada la conocida propensión de la IA a inventarse cosas. Pero me alarmé. Si hubiera estado buscando trabajo de verdad, probablemente habría desconectado la máquina. En lugar de eso, dejé que LazyApply hiciera lo suyo. Tenía curiosidad por ver qué trabajos, si es que había alguno, conseguiría la afroamericana hispanohablante Aki.

Luego las cosas se pusieron aún más raras. Después de unas cuantas solicitudes, me di cuenta de que LazyApply no estaba utilizando el currículum actualizado que le había proporcionado. En su lugar, adjuntaba un documento que no reconocí, titulado "Aki Ito Cover Letter, Resume, Links for Insider.pdf". Qué extraño, pensé. ¿Me había generado LazyApply automáticamente una carta de presentación? Me pregunté si sería buena. Pero cuando abrí el PDF, vi que estaba fechado el 24 de octubre de 2020. Decía: "Estimado Sr. Carlson: Le escribo para solicitar el puesto de redactor de artículos de análisis en Insider". En lugar de enviar el currículum actualizado que le había proporcionado, LazyApply estaba enviando una vieja carta de presentación que había encontrado enterrada en las profundidades de mi cuenta de LinkedIn, de cuando había solicitado el puesto en BI hacía tres años. De un plumazo, 27 empleadores —desde un sitio web del que nunca había oído hablar llamado CryptoNewsZ hasta venerables redacciones y medios como The Boston Globe— recibieron una solicitud mía en la que hablaba de lo mucho que deseaba trabajar para uno de sus competidores. 

Solicitar trabajo nunca ha sido fácil ni agradable. A nadie le gustaba hacerlo en los viejos tiempos, cuando la gente encontraba trabajo hojeando los anuncios del periódico local, yendo a una papelería a imprimir sus CV, enviando sus solicitudes por correo ordinario y esperando semanas o meses a que le contestaran. Buscar trabajo siempre ha sido un trabajo.

Internet prometía cambiar todo eso. Hace tres décadas, cuando se lanzaron plataformas como   Monster y CareerBuilder (o InfoJobs en España), pretendían poner en contacto en un gran foro a enormes grupos de demandantes de empleo y empleadores, para crear lo que en economía se conoce como un mercado más denso. Con un emparejamiento más eficiente entre empresas y futuros empleados, se pensaba, podríamos incluso reducir permanentemente el desempleo y aumentar la productividad.

Sin embargo, un mercado más denso no mejoró la eficacia del proceso de selección. Los empresarios tenían acceso a un mayor número de candidatos, pero no disponían de las herramientas necesarias para clasificar la repentina afluencia de opciones. Asediadas por el volumen, se las arreglaron dedicando menos tiempo a revisar los detalles de cada candidato y descartando a los que rechazaban. Los candidatos se adaptaron enviando más solicitudes, lo que desbordó aún más a los departamentos de RRHH. La nueva tecnología trajo consigo un giro irónico: hizo más fácil que nunca solicitar un empleo y más difícil que nunca conseguirlo.

Se suponía que la primera oleada de IA iba a arreglar lo que Internet había roto. Los portales de empleo empezaron a desempeñar un papel más activo en el mercado, utilizando big data para recomendar los mejores empleos a los demandantes y los mejores demandantes a los empleadores. Hace una década, cuando escribía para Bloomberg, postulé que el nuevo enfoque podría resolver por fin lo que un economista llamó el "problema de la aguja en el pajar" del mercado laboral. No podía estar más equivocada. El círculo vicioso continuó, obligando a todo el mundo a solicitar cada vez más empleos a medida que disminuían sus posibilidades de éxito. De ahí los bots.

Hasta ahora, sin embargo, parece que la llegada de los robots de empleo solo está empeorando el problema. Para empezar, los empresarios los odian. Los departamentos de recursos humanos no tienen forma de saber qué solicitudes proceden de un humano y cuáles de una máquina. A menos, claro, que el bot la cague, como hizo LazyApply con mis solicitudes. Errores factuales, respuestas sin sentido a las preguntas, falsas promesas de fluidez en español… dejar que un bot haga tu búsqueda de empleo puede hacerte quedar muy, muy mal.

"Definitivamente, es un riesgo enorme", dice Tony Riggins, que tiene años de experiencia como reclutador para empresas tecnológicas líderes. "Puede dañar completamente tu candidatura, y tal vez incluso tu reputación, si eres un candidato con una candidatura que tiene errores". Gracias a LazyApply, probablemente he destruido cualquier posibilidad que tenía de trabajar para The Boston Globe.

Algunos de los servicios de bots son conscientes de las limitaciones de su tecnología. Su solución es la misma a la que plataformas tecnológicas como Facebook y YouTube se han visto obligadas a recurrir ante su caos algorítmico: reintroducir una capa de supervisión humana en el proceso. Massive cuenta con "expertos en empleo" humanos que comprueban cada solicitud completada por su bot. Otros servicios, como Teal y Simplify, utilizan extensiones de Chrome que te hacen a ti responsable de revisar el trabajo del bot, obligándote a pulsar "enviar" antes de que se envíe cada solicitud rellenada automáticamente.

Ladders, un portal de empleo especializado en puestos bien remunerados, lleva la supervisión humana un paso más allá. Al principio de la pandemia, cuando la contratación se paralizó, la empresa pensó en nuevas formas de ayudar a los solicitantes de empleo. "Una y otra vez, una de las principales quejas era: 'Tardo demasiado en solicitar todos estos puestos'", recuerda Marc Cenedella, fundador y presidente ejecutivo de Ladders. "Es un trabajo abrumador". Así que en 2020, la empresa lanzó una nueva función: un equipo de humanos que completarían tus solicitudes de empleo por ti. A 49,97 dólares al mes, resultó ser muy popular: hoy en día, la mayoría de las solicitudes de empleo en Ladders las rellenan apoderados humanos en lugar de solicitantes de empleo.

La decisión de Ladders de no automatizar completamente su servicio es intencionada. Cenedella afirma que su equipo ha estudiado diversos bots de solicitud de empleo. "Lo que nos interesa es la calidad, la precisión y la velocidad", explica Cenedella. "Hasta ahora, no hemos encontrado ninguno que cumpla esos requisitos".

Aun así, ya sabemos cómo va esta historia. Es tan vieja como John Henry. Los seres humanos pueden, a corto plazo, conseguir vencer a una máquina de acero. Pero tarde o temprano, les estallará el corazón de tanto intentar seguirles el ritmo. Los humanos de Ladders solo pueden enviar 50 solicitudes por ti al mes. Pero los robots de LazyApply y otros servicios nunca se cansan. Su objetivo no es la calidad. Como la mayor parte de la tecnología actual, apuestan por la escala.

Es una apuesta inteligente. Para mi sorpresa, de los 126 puestos de trabajo que solicité con los bots, acabé recibiendo respuesta de siete empresas. Eso supone una tasa de éxito del 6%, bastante alta si tenemos en cuenta que la mitad de los trabajos eran en áreas como relaciones públicas o marketing, en las que no tengo ninguna experiencia. Respondí a cada correo electrónico que recibí con una disculpa, explicando que estaba probando los bots para un reportaje que estaba escribiendo. ¿Tenían los empleadores alguna idea de que mi solicitud procedía de un bot?

No me lo habría imaginado", me dijo un reclutador. "No hay forma de saberlo en LinkedIn Jobs". Otro responsable de contratación escribió: "Lo más inusual de tu solicitud es que incluía una carta de presentación para un trabajo antiguo y un CV desactualizado". Sin embargo, ni siquiera ese nivel de metedura de pata le había disuadido. "Aparte de eso", dijo, "nada me pareció propio de un bot o raro".

Un tercer empleador —un periodista cuyo trabajo admiro desde hace años— también se dejó engañar. "Vaya", escribió cuando le dije que mi solicitud había sido producida por un bot. "No me he topado con eso y no me había dado cuenta". Y añadió, algo avergonzado: "Estaba en un avión, atravesando el país y cansado".

Puede que ser engañado por un bot no sea bueno para un empleador, pero para mí fue una victoria.

Ser engañado por un bot puede no ser un buen resultado para un empleador, pero a mí me pareció una victoria. Al fin y al cabo, recibí siete respuestas, frente a las cero que obtuve con la estrategia artesanal y de bajo volumen que seguí hace tres años, y el proceso impulsado por el bot requirió mucho menos tiempo y energía. Además, lo sentí como una forma de equidad. Reconozcámoslo: Los departamentos de RRHH abordan el proceso de búsqueda de empleo de una manera puramente transaccional, enviando rechazos automáticos a solicitantes de empleo desesperados que pasaron días puliendo y perfeccionando sus solicitudes. Ahora yo estaba haciendo lo mismo, utilizando máquinas adaptativas para poner mi pie humano en la puerta. Hacía que todo el proceso de mierda pareciera un poco más manejable. Y si el uso de bots aumenta tus probabilidades de éxito, merece la pena intentarlo. Cuantos más dardos lances a la pared, más posibilidades tendrás de dar en la diana.

Pero sea cual sea el valor que aporten a los cansados buscadores de empleo, conviene señalar que los bots no abordan el problema general que impide a muchos solicitantes conseguir un empleo. En última instancia, lo que triunfa no es el número de solicitudes que se envían, sino los contactos que se tienen. Un buen currículum es una cosa, pero si Bob de marketing dice que serías una gran incorporación al equipo, eso significa mucho más.

"El mayor desafío para los que buscan trabajo es que ves un gran trabajo, pero lo ves al mismo tiempo que otros 5 millones de personas en la plataforma de búsqueda de empleo", resume Emily Lamia, una experimentada coach que guía sobre carreras profesionales. "Cómo te enteras de esos trabajos antes de que aparezcan en la lista, y cómo haces los contactos adecuados para incluso diseñar un trabajo para ti, es la manera en la que la gente termina en puestos que realmente les satisfacen". Lamia suele hacer encuestas entre sus clientes, y ha descubierto que el 80% de las veces consiguieron su trabajo actual —y la mayoría de los anteriores— a través de algún tipo de contacto. Por eso dice que nunca recomendaría bots de búsqueda de empleo a sus clientes. En lugar de solicitar en frío cientos de empleos, deben centrarse en establecer contactos para los que realmente quieren.

A través de mi red de contactos conseguí mi trabajo en Business Insider. Mi solicitud original a la empresa —la que incluía mi carta de presentación "Estimado Sr. Carlson"— no llegó a ninguna parte. Así que me tragué mi orgullo y envié un mensaje a un conocido que pudiera presentarme. Un antiguo compañero me sugirió que hablara con un amigo suyo de BI. El amigo, a su vez, me puso en contacto con un redactor de allí, que me presentó a su jefe, que me pasó a otro jefe, que finalmente me contrató. Gracias a esas presentaciones, una empresa que no mostró ningún interés en mi solicitud inicial me ofreció crear un puesto completamente nuevo para que pudiera informar sobre los rápidos cambios que se están produciendo en el mundo laboral. Ningún bot podría hacer eso.

Aun así, salí de mi estancia entre los bots de búsqueda de empleo con la misma impresión que tengo sobre gran parte de la IA. Puede ser increíblemente útil para realizar tareas tediosas. Y mejorará con el tiempo. Pero por ahora, hay que vigilarla. Por el momento, confiar en un bot es como entregar una tarea a un becario. Son trabajadores y útiles. Pero también carecen de experiencia y están mal pagados, así que sería inteligente revisar su trabajo.


Fuente.

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